La pareja ideal, queramos admitirlo o no, es aquel ser que prácticamente todos deseamos encontrar de alguna u otra manera, antes o después de una etapa específica de nuestra vida, y a pesar de que han existido ocasiones en las que hemos creído haberlo hecho, tarde o temprano y sin mucho preámbulo, la realidad nos muestra lo contrario. Por lo que a medida que esto pasa, una y otra vez, nos vemos enfrascados en la necesidad de alterar nuestras expectativas para que forzosamente podamos al fin hallarla, ya que no deseamos quedarnos solos, ¿cierto? Y debido a todo esto, por lo general, obtenemos a cambio desilusión, decepción y rencor que solemos cargar con el paso del tiempo de una persona a otra. De modo que, para poder hallar verdaderamente a nuestra pareja ideal, ante todo implica entender que esta, propiamente dicha, simplemente no existe.
Así como nuestra salud física y financiera es a consecuencia de nuestros hábitos, costumbres, creencias, principios, etc., el amor también lo es, solo que este, a diferencia de los anteriores, carece de lógica, así que se nos puede presentar de un modo en el cual ponga a prueba toda nuestra capacidad e inclusive hacernos dudar de la persona en la cual nos hemos convertido, ya que lo único que le interesa al amor es lo que realmente somos y no lo que hacemos o tenemos. En eso se caracteriza el amor, el verdadero; no se fija en la apariencia o en la envoltura, sino en la esencia o el contenido, y le fallamos muchas veces, debido a que no encuentra lo suficiente en nuestro interior con lo que pueda sostenerse. Así que, si no logramos ver lo que valemos por nosotros mismos, es muy probable que nos juntemos con alguien que tampoco pueda hacerlo.
El destino es un perfecto aliado de la ironía, ya que suele presentarnos al “amor” de nuestra vida mediante circunstancias inesperadas, enmascarando lecciones de autoestima, soledad, amor propio, perdón, gratitud, etc., que muchas veces, sin saberlo, necesitamos. Y en contraste, si identificamos estas lecciones y, más aún, aprendemos de ellas, lograremos concebir una mejor comprensión hacia nosotros mismos que repercutirá, inclusive, en el eje de orientación que nos ayudará a cruzarnos con el —verdadero— ser que nos acompañará de la mano el resto de nuestras vidas. Sin embargo, si no logramos aprender al respecto, resalto, nos volveremos inconsecuentes con nuestras expectativas amorosas y, por tanto, delegaremos la culpa de nuestras decepciones o desilusiones a nuestro entorno, por lo que así padeceremos los efectos cada vez que intentemos atraer lo que aún no estamos dispuestos a dar, viviendo las mismas historias una y otra vez, pero mediante otras personas… ¿Te ha pasado?
Esperamos tanto que los demás sean como nosotros deseamos, que nos volvemos incapaces de aceptarlos como realmente son. Por tanto, no son las personas las que nos decepcionan, son las expectativas que tenemos de ellas, siendo estas las verdaderas causantes de todas nuestras desilusiones.
Alejandro Santafé
Ahora bien, el término “ideal” proviene del latín ideālis, que guarda relación con los significados de “forma” o “apariencia”, usualmente hacia una idea perfecta; por tanto, ese supuesto ser ideal vendría a considerarse también como un ser “perfecto”, y es aquí donde radica nuestro error, ya que lo perfecto no existe, en cambio, sí un ser “predilecto”. De modo que, no existe aquel ser prefabricado listo o lista para adaptarse a tu vida y, por consecuencia, darle un mayor sentido, sino un ser imperfecto que requiere lo mejor de nosotros para que de igual manera, con dedicación y trabajo, nos ofrezca lo mismo. Así que, no existe aquel ser que es considerado el “mejor” y el “único” de esta vida esperando por nosotros, sino un ser que por elección y decisión escogemos, y del cual nos enamoramos por encima de los estereotipos y prejuicios que pueden existir. Y es por todo esto que cada uno se encuentra, según su esencia o contenido, al lado del ser que le corresponde.
Si bien sabemos que no somos seres perfectos. ¿Cómo es posible que nos pasemos la vida buscando uno?
Por último, no existe el “amor” o la pareja “ideal” de nuestra vida propiamente dicha, sino una —o quizás más— para cada perspectiva que tengamos de la misma, y, como esta tiende a cambiar o estar en constante evolución, por ende podría trascender de una persona a otra o simplemente permanecer en una sola, pero con una mayor madurez.