Llega el momento en el cual nos ponemos a pensar sobre si lo que hacemos día a día tiene como fin algún sentido con el que realmente nos sintamos satisfechos; si sigue siendo recíproco aún el continuar haciéndolo, o si se mantienen todavía esas mismas ganas o entusiasmo que poseíamos en principio. Aquel momento, gobernado por la duda, que nace debido a que todo nuestro ser ya no trabaja con la misma sincronía e intensidad de siempre y por ende ya no responde como antes. Y a consecuencia de esto, termina emitiendo constantes alertas para hacernos saber de que algo no anda bien, lo que implica, que el romance que se llevaba a cabo entre el instinto y la razón ha terminado, y también, que cada una de nuestras expectativas a las cuales aspirábamos y que nos motivaban a seguir en la situación en la que nos encontramos, ya no existen. Todo esto, con el tiempo y con la incertidumbre de por medio, incitarán a que crucemos la línea del límite de la determinación para ir directamente al seno de la inesperada frustración, afectando nuestro cuerpo y más aún nuestras emociones con la finalidad de poner en tela de juicio lo que somos y en lo que nos hemos convertido.
Un corazón roto, tener los bolsillos vacíos y perderle el sentido a la vida, son los más grandes maestros. Te hacen tocar fondo y dudar de todo, de lo que eres, de lo que tienes y, particularmente, de todo lo que te has planteado.
Saber que la labor que hacemos y por la cual luchamos; por más esfuerzo que pongamos, si este no logra darnos a cambio un significado lo suficientemente como para tener la certeza de que valdrá la pena llevarla a cabo, con el tiempo suele causar mucho cansancio. Y al lograr debilitarnos tanto, comprendemos que, por más esfuerzo que pongamos en algo, en alguien, o en alguna circunstancia, si no sabemos que hacer, o entendemos que no esta hecho para nosotros, concluimos que está demás continuar con el «show», ya que lo único que conseguiremos a cambio será desperdiciar nuestras energías. Por tanto, considero que solo se tiene las dos siguientes alternativas: quedarnos en la misma situación por si aún hay alguna posibilidad de mejorarla, o hacernos a un lado y tomar otro camino.
La primera alternativa, obviamente va ha requerir de una milla extra de todo lo que hasta el momento estamos dando; es decir, más comprensión, más entendimiento, más amor, más consideración, etc., dado que estos son los únicos que tienen esa capacidad “sobrenatural” de ayudarnos a aceptar una situación, persona o circunstancia. Por otro lado, la segunda alternativa, aparte de requerir una reflexión previa de por medio sobre las lecciones a rescatar, también necesita que acudamos a nuestro propio espacio personal para hallar todas esas respuestas necesarias con el fin de no volver a toparnos con una circunstancia, persona o situación similar.
Está en nuestras manos decidir si persistimos en tratar de enderezar un árbol torcido o si optamos por buscar un terreno en el cual podamos sembrar uno por nuestra propia cuenta, y en esta última situación, seremos directamente responsables de la cosecha desde la raíz misma. En ambos casos la labor podrá resultar difícil, ya que debemos de tener siempre presente las verdaderas razones para continuar en esa decisión de seguir en lo mismo, o de empezar de nuevo; caso contrario, el estrés y la incertidumbre se mantendrán al margen para seducir nuestra capacidad de resiliencia con la intención de drenar la fuerza de nuestro espíritu las veces que sea necesario.
Debemos tener en cuenta que no hay manera de sostener algo nuevo o mejor si no soltamos de nuestras manos lo que alguna vez fue, o creímos, que era bueno.
Cabe resaltar, que todo lo antes mencionado, se puede aplicar en cualquier ámbito de nuestra vida, y espero que las alternativas planteadas te sean de gran utilidad si en el caso llegas a encontrarte en una situación similar a la presentada en este artículo.